lunes, 31 de enero de 2011

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Da igual la pantalla: grande, mediana o pequeña. Da igual la cultura. Incluso, parafraseando a Eco, da igual si el espectador es apocalíptico o integrado. El asunto es que es espectador. Cualquiera. Todos. Y el cine ha sido lo que sembró en la mente del ser humano la cultura del audiovisual. Sin audiovisual no hay siglo XX. Y por ahora, menos aún el siglo XXI.

Porque tal vez ellos son quienes mejor entienden que Facebook o YouTube tienen tanto de cultura audiovisual como el cine o la videocreación. Y empujan a que el espectador verbalice lo que siempre ha sospechado en su interior: que hasta la gente que aparece como público en los reality shows televisivos están manipulados.CaixaForum inauguró ayer la exposición El efecto del cine. Ilusión, realidad e imagen en movimiento. Realismo. Y el subtítulo es importante, porque mientras que la muestraRealismo solo podrá verse en Madrid, su gemelaSueño solo estará en Barcelona, y a partir de mayo. La dicotomía juega a seguir enfrentando a seguidores de Méliès, los que apostaron desde el principio por lo onírico, los viajes, la ciencia ficción y la imaginación, contra los fans de los hermanos Lumière, los realistas, los que hablan del aquí y del ahora, los de la carne y la piedra. O no. Porque las piezas audiovisuales expuestas esconden mentiras, juegos y divertimentos: como la vida misma. Por ejemplo, los amantes de Hollywood disfrutarán en la sala donde se proyecta New York, New York, New York, New York, de Mungo Thomson. En cuatro pantallas se ven en bucle cuatro vídeos filmados en los estudios de Paramount, Fox, Universal y de Culver City con imágenes de Nueva York: frutas y flores en las tiendas de 24 horas, cortinas que asoman en las ventanas, carteles pegados en paredes anunciando conciertos, barbacoas en los descansillos de las escaleras de incendios, árboles y jardineras... Todo absolutamente falso, decorados para las películas y series de televisión de las majors. Realismo que esconde mentira que es más real que la realidad. Y que servirá para crear imágenes.
Nuria Faraig, coordinadora de la exposición, confiesa: "Es que en toda la muestra hay una parte autorreferencial constante. No queremos entrar en grandes discursos sino abordar el tema de manera directa. Por eso hemos seleccionado obras de gran impacto, muy directas". La exposición viene del Hirshhorn Museum and Sculpture Garden de la Smithsonian Institution de Washington D. C., comisariada por Kelly Gordon, y tiene como reto llegar al gran público, en una aventura "con piezas contemporáneas de espíritu" de artistas jóvenes (solo una es anterior al año 2000).
Nada es completamente real aunque nada es completamente ficción. El inglés Ian Charlesworth muestra en John a un chaval irlandés, de Belfast, uno de los cientos de adolescentes que van a los castings a encarnar a problemáticos jóvenes irlandeses: y le piden que haga delante de la cámara, actuando, algo que seguramente ha vivido fuera de ese plató; la estadounidense Kerry Tribe pone en Double a cinco actrices muy parecidas a ella a contar la vida de la artista con las pistas que antes les ha dado fuera de la cámara y con la libertad de interpretar y variar los sucesos; Julian Rosefeldt rueda en Lonely Planet a un mochilero que viaja por la India y tiene unos surrealistas encuentros con, por ejemplo, el típico ballet de un filme de Bollywood.
A la salida, uno se siente como en Matrix: ¿qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Esto se arregla con una pastilla? Y sobre todo, ¿merece la pena saborear el solomillo?

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